Friday, August 18, 2006

"MERLIN, EL ENCANTADOR" (Wolfgang Reitherman, 1963)

Auténtica delicatessen, cuya desgracia crítica proviene del hecho de que fuera estrenada entre dos films de la Disney mucho más populares, que no mejores ("101 dálmatas", "El libro de la selva"). Si en su vertiente técnica, "Merlín, el encantador" no resulta novedosa, sería justo reconocer que en ella se ofrece, a cambio, una historia bien narrada. Trufada de momentos memorables (¡todo el jocoso bloque de Madame Mim, con el broche final del combate de los magos!), "Merlín, el encantador" no ha tenido, todavía, la suerte de ser vindicada (como sí lo han sido otros films de la Disney también mal llamados menores: "Basil, el ratón superdetective", "El emperador y sus locuras"). Pero tanto da: sus méritos están ahí, a la vista de quienes sepan ver (desde el maravilloso diseño animado a lo habilidoso del guión o a la deliciosa música de George Burns)

Tuesday, August 15, 2006



"AMPHIGOREY ADEMÁS" (Edward Gorey)

Extraordinaria compilación de obras del artista Edward Gorey, a quien desconocía totalmente y al que no dudo en calificar de descubrimiento. Hablar de sus maravillosas ilustraciones sería tarea fácil pero no lo es, sin embargo, referirse a su personalísimo verbo, nada convencional y, por momentos, huidizo y misterioso. Hablan de humor macabro, aunque no me parece la mejor forma de contemplar sus viñetas. Cualquiera de las obras incluidas en esta selección son motivo de felicidad, más acentuada si cabe en los casos de "La gelatina azul", "Las cuentas verdes" o "La broma estúpida".

Sunday, August 06, 2006

"LOOKING FOR RICHARD" (Al Pacino, 1996)

En una breve escena, en la que Pacino se halla inmerso en una soirée de inconfundible sabor neoyorquino, una de las asistentes comenta la idea de hacer un montaje (no recuerdo de qué tipo: teatral, cinematográfico...) a propósito de "Macbeth", en el que los personajes de la obra se verían convertidos en cantantes de blues. La reacción de Pacino es la de coger del brazo a su ayudante personal (aquel que le acompaña continuamente en los preparativos y elaboración de "Looking for Richard"), diciéndole: "Sácame de aquí".

Sorprende en "Looking for Richard" el respeto, la fidelidad, casi afirmaría el escrúpulo, con que Al Pacino encara su adaptación de "Ricardo III". Varias cosas llaman la atención del film de Pacino (un film, por otra parte, nada shakespeareano: ni emociona ni es causa alguna de conocimiento). En primer lugar, su supuesta adscripción al pujante subgénero del falso documental ("falso documental", dos palabras que, cuando aparecen juntas, suelen ponerme nervioso): en "Looking for Richard", Pacino alterna el montaje de los preparativos de la adaptación fílmica de "Ricardo III" con las escenas, ya filmadas, de dicha adaptación. Entre los preparativos destacan los trabajos de documentación (entrevistas a especialistas en la obra de Shakespeare), la búsqueda de localizaciones, las lecturas y ensayos con los actores y, muy especialmente, las conversaciones de Pacino con los miembros de su equipo, conversaciones en las que conocemos sus ideas y emociones con respecto a la pieza original. Resulta interesante remarcar el hecho de que Pacino no conceda espacio al making off propiamente dicho: "Looking for Richard" dirige su mirada al teatro, más que al cine, aún tratándose de un film sobre el rodaje de un film. Quizá ello sea debido al amor de Pacino por el bardo de Stratford-upon-Avon: no hay más que ver la expresión del actor-director, totalmente de arrobo, en las escenas que dan cuenta de su visita al Teatro Globe de Londres.

Iniciada, con buen pie, mediante una serie de planos exteriores de un castillo sobre los que se escuchan unas palabras extraídas de "La tempestad" (IV, 1: "Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño"), el film de Pacino termina por revelarse insatisfactorio. En mi opinión, su estructura, basada en un movimiento pendular que lleva del documental a la ficción y viceversa, se muestra deslavazada: peca de superficial. Abundan las reiteraciones, cuando no lo insustancial. Prueba de su llamativa superficialidad es el hecho de que Pacino insista, una y otra vez, en la célebre frase: "¡Mi reino por un caballo!", como si "Ricardo III" fuera obra de una única frase. El rasgo es muy hollywoodiense: simplificar, buscando el reconocimiento inmediato del espectador. No resulta difícil imaginar que, en el caso de haberse interesado por "Hamlet", Pacino hubiera abusado del "Ser o no ser" y de la calavera de Yorik; o de haber planeado un "Looking for Romeo and Juliet", el acento hubiera estado situado en la escena del balcón y en la de la muerte de los jóvenes amantes.

Fidelidad. En los bloques que dan cuenta de los preparativos del film, Pacino expresa sus dudas y opiniones con respecto a su labor de adaptación. Entre los temas más interesantes que plantea "Looking for Richard" se encuentra la cuestión de si es posible acercar el arte de Shakespeare al público actual y cómo. Es curioso comprobar que la respuesta de Pacino tenga fidelidad por nombre, pues es tanto como afirmar que Shakespeare se acerca sólo, debido a su genio universal. Prueba de su absoluto respeto hacia "Ricardo III" y su autor, es el hecho de que los diálogos puestos en escena por Pacino no varíen, ni una coma, los del original teatral. Es algo de lo que no se libró ni Orson Welles (destacaría su maravilloso copy-paste de "Campanadas a medianoche"), por más que Pacino carezca, evidentemente, de la maestría visual de aquel. Cuando otro de los centros de interés del film es el de la importancia de la nacionalidad (ser inglés o americano) a la hora de interpretar a Shakespeare, no deja de ser curioso que, el que probablemente haya sido el mejor adaptador, en cine, de la obra de Shakespeare, tenga origen nipón: me refiero a Akira Kurosawa. Más que en "Trono de sangre" (adaptación de "Macbeth"), es en la colosal "Ran" (nacida de "El rey Lear"), donde se encuentra lo mejor de Kurosawa: en lo que respecta a Shakespeare, Kurosawa prescindió del verbo y del paisaje (trasladando las historias al Japón feudal), pero sus imágenes, tan extraordinarias como las palabras de aquel, mantuvieron intactas las almas de sus personajes. Brevemente: hizo gran cine.

Thursday, August 03, 2006

"EL ACORAZADO POTEMKIN" (Sergei M. Eisenstein, 1926)

La escalinata de Odesa o la geometría de la barbarie. El magnífico poder comunicativo del cine mudo. Obras como la citada de Eisenstein, la excelente "Intolerancia", determinados Fritz Lang ("Los nibelungos", "Metrópolis"), el eterno "Amanecer"… Algunos títulos del cine silente suelen ser asociados a una cierta idea de monumentalidad, a menudo malentendida: si films como los citados destacan por algo es por la monumentalidad de sus hallazgos. Se está tentado de afirmar que es en la actualidad cuando el cine se ha vuelto más mudo al haber sido desprovisto de imágenes poderosas.


"PSICOSIS" (Alfred Hitchcock, 1960)

7 días de rodaje, 70 planos y 45 segundos de montaje suman un número infinito de plagios e influencias. Sobresale, por divertido, el hilarante homenaje dedicado por De Palma en "El fantasma del Paraíso", donde sustituyó a Janet Leigh por un chillón cantante glam y al afilado cuchillo por un desatascador dirigido a la boca del cantante.

Wednesday, August 02, 2006

"FLASH" (La Prohibida, 2005)

Sin duda, el disco de La Prohibida fue una de las revelaciones del último año. "Flash" es perfecto pop: refrescante, desinhibido, efímero (pero no tanto) e intrascendente (pero no tanto). Se escucha con tanto interés como con cómplice diversión. Además de la canción que da nombre al álbum, destacaría el tema "Amor eléctrico", la desprejuiciada versión de "C’est la Ouate" y los modos de cabaret de "En la pared".

"GIMNASTICA PASSIVA" (Hidrogenesse, 2001)

Carlos Ballesteros y Genís Segarra describieron su disco como un "un manual de estrategias personales para combatir el individualismo, la soledad y la alienación del capitalismo" para aclarar, a continuación, que esas estrategias pasaban por "uno, formar una banda, dos, escapar, y tres, enamorarse. Es obvio que la tercera opción ya incluye las dos primeras". No deja de resultar llamativo que se les acuse de mordaces, artys, vacíos, excesivos, cuando no directamente un bluff intelectual, siendo la idea y la experiencia del amor una de las guías de su obra. No en vano, el disco, que se inicia con "Hidrogenesse asociados" (autobiografía, ignoro si ficticia, que describe el encuentro entre Carlos y Genís), termina con "Hidrogenesse enamorados". El amor hace acto de presencia en, por ejemplo, la antológica "A 68" o en las atmósferas cargadas de ternura de "1987" o "Kurt, Courtney, Frances Bean and me". Pero no es el único concepto: la trepidante "Vamos a salir del Siglo" y la muy famosa "No hay nada más triste que lo tuyo" transitan otros mundos. En cualquier caso, es un álbum de debut magnífico: habrá que estar atento al segundo disco de Hidrogenesse, que empieza a grabarse este mes de agosto.

Tuesday, August 01, 2006

"LAS ETIOPICAS" (Hugo Pratt, 19??)

Leyendo hace unos días la biografía que dedicara Ian Gibson al sedicioso Camilo José Cela, me llamó la atención la interesante observación de que el escritor gallego no era un autor que destacara por la creación de personajes memorables (a excepción, quizá, de Pascual Duarte y algunos de los que componen la famosa "La colmena"). Esa ausencia de profundidad en los personajes la atribuía Gibson al hecho de que Cela fuera un ególatra empedernido: en su entera obra, el único personaje era él.

Si la hipótesis de Gibson se demostrase cierta en cualquier caso, autores como Hugo Pratt (o como el anteriormente citado Charlier) destacarían por su humildad y su generosidad a la hora de dar luz a personajes tan memorables como Corto Maltés (o el teniente Blueberry). Reflexivo y escéptico, esquivo y misterioso, siempre hipnótico, Corto Maltés es el personaje medular de la prolífica producción del autor italiano. Entre todas sus aventuras destacaría la absorbente "Las etiópicas", cuyas páginas destilan la particular poesía de Pratt. Con personajes como Cush, con lecturas de Rimbaud y plagada de momentos que rozan la abstracción (¡ese zoom out –perdón por el tecnicismo- desde las manchas de una cebra, para iniciar la aventura "Leopardos"!), "Las etiópicas" es un álbum fascinante. Son tantas las ideas que contiene y todas de carácter tan feliz, que obligarían a una extensa glosa de la que ahora no soy capaz.

LAS AVENTURAS DEL TENIENTE BLUEBERRY

En mi ignorante opinión, las aventuras del teniente Blueberry constituyen una de las cumbres del comic. Todavía, cada cierto tiempo, gusto de sumergirme en las telúricas historias de Charlier, tan inagotables hoy como ayer. Dotadas de una emotiva fisicidad (la lluvia, el fango, el día y la noche, los bosques, la nieve, la sangre, la guerra... son personajes de tanto calado como los humanos) y puestas en imágenes con extraordinario virtuosismo por Giraud, la mayoría de los álbumes de la serie me parecen obras maestras, aunque desde adolescente siempre tuve una especial predilección por la aventura iniciada por "Chihuahua Pearl" y rematada por "Angel Face". Resulta curioso que en mi adolescencia me hipnotizara este comic y, en cambio, me despertase indiferencia, cuando no directo rechazo, el western cinematográfico (nota para los curiosos: "El hombre que valía 500.000 dólares" es un confeso homenaje del "Río Bravo" de Howard Hawks).

A la serie del teniente Blueberry le sucedería lo que a otro célebre comic: "Asterix". La muerte del guionista (Charlier en el caso de Blueberry y Goscinny en el de Asterix) obligaría a sus dibujantes (Giraud y Uderzo) a hacerse responsables de los guiones, con la consiguiente pérdida de densidad y fuerza narrativa de las aventuras. Con la muerte de Charlier y Goscinny, las aventuras del teniente Blueberry, así como las del guerrero galo, se verían atrapadas en el espeso lodazal de lo inane.


CRUZ NARANJA Y CIRCULO MARRON

FISICA SIN DOGMA (Franco Selleri, 1989)

Lo esperaba más escandaloso, en su pretensión de denunciar la, en palabras de Bertrand Russell, "superstición científica". No obstante, basta un capítulo como el de "La controversia acerca del big-bang" y, especialmente, la exposición de las ideas cosmológicas de Halton Arp (motivadas por las inexplicables, a día de hoy, propiedades del corrimiento al rojo de los cuásares), para hacerse una idea de que la física no ha llegado (y en sentido popperiano no lo hará nunca) al final de su recorrido. El recorrido de Franco Selleri se inicia con la revolución copernicana, dedicando sólo el primer capítulo a la física clásica (apogeo: Isaac Newton). Tras unas páginas inevitables sobre la relación, causa de tanta perplejidad, entre las matemáticas y las cosas, Selleri pasa a revisar los problemas fundamentales de la física moderna, esto es, de la relatividad y la mecánica cuántica. La conclusión es apasionante: sólo un siglo después de los hitos fundacionales de Einstein, Planck, Bohr, Heisenberg o Schrodinger, la física se halla en un estado de profunda crisis, habiéndose formando en torno a ella una tupida telaraña de filosofías varias, a menudo contradictorias. El santo grial de la física moderna (la unión de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, de lo macroscópico y lo microscópico, del realismo local y el irracionalismo) se presenta, de momento, inalcanzable.

DOS OBRAS DE SHIGERU UMEBAYASHI

Además de buen ojo (amén de caprichoso), Wong Kar Wai demuestra tener buen oído confiando la música de sus films a Shigeru Umebayashi. Descubierto en "Deseando amar" (aunque su entrada en el mundo del cine se remonte a 1984: previo al famoso film de Kar Wai compuso la música de unos 30 films), todavía hoy las melodías de "Angkor Wat Theme" y, especialmente, el célebre "Yumeji’s Theme" me resultan más memorables que las hermosas imágenes del film. Más grandilocuente, pero no menos extraordinario, es el tema principal de "2046" que, junto a la maravillosa "Polonaise" (entre cuyas notas se filtra el recuerdo del Alberto Iglesias de "Hable con ella") y el resto de la selección musical (temas de Bellini, Delerue, Preisner o Xavier Cugat), conforman un magnífico tapiz sonoro.

Hay películas que asocio al descubrimiento de un compositor. Así, "Drácula de Bram Stoker" es Wojciech Kilar, de la misma manera que "American Beauty" es Thomas Newman, "La chica de la perla" es Alexandre Desplat o "La tormenta de hielo" es Mychael Danna. "Deseando amar" no es tanto un film de Wong Kar Wai como una música de Shigeru Umebayashi.

UNA HISTORIA VERDADERA (David Lynch, 1999)

No voy a ser el primero en decirlo: "Una historia verdadera" no supone una ruptura con la anterior obra de Lynch, como así se ha ido viendo desde su presentación en el festival de Cannes. Dicha visión la han extendido, por otra parte, los detractores del Lynch más manierista (el de "Carretera perdida" o "Twin Peaks: Fire walk with me", pongamos por caso), argumentando que si "Una historia verdadera" es, de sus películas, la más ajena a su universo se debe a que, por primera vez, ha filmado un guión en el que no ha participado: éste le ha venido por su actual compañera y montadora, Mary Sweeny. La regla de tres que proponen es sencilla: no deja de ser interesante que la que es –para muchos- su mejor película sea, al mismo tiempo, la menos personal. Lo cual es una falacia: el mismo Lynch no se cansa de decir que se enamoró profundamente de la historia de Alvin Straight y que es equivocado verle como el sempiterno poeta de lo oscuro (lo cierto es que no hacían falta esas declaraciones: basta recordar la hermosísima "El hombre elefante"). Diciéndolo claramente: lo que pudo nacer como un encargo, Lynch lo ha asumido hasta la médula.

"Una historia verdadera" es una película de una sencillez compleja: muestra el viaje que efectúa un anciano, Alvin Straight, que, al enterarse de la enfermedad de su hermano, recorre 507 millas con el único medio de que dispone: su máquina cortacésped. Dicho motivo argumental da pie a que Lynch construya una película absorbente, sensitiva, de una atmósfera pregnante (amaneceres, crepúsculos, bosques y maizales, interminables carreteras... ; ayuda, y no poco, la labor del magnífico director de fotografía Freddie Francis así como el tapiz musical de Badalamenti y, como siempre, el magistral tratamiento del sonido que hace el cineasta). Para empezar, este rasgo emparenta "Una historia verdadera" con el resto de su obra: con seguridad, David Lynch es uno de los mayores creadores de atmósferas del cine actual. Pero la diferencia tonal que tanto ha sorprendido a sus seguidores o apedreadores es que esa atmósfera esté al servicio de una determinada sensibilidad que, vuelvo a repetir, Lynch no cultivaba desde "El hombre elefante". Hay que decirlo ya: se trata de la película más hermosa que se ha podido ver en años: recordar instantes como el movimiento de cámara final, una vez se ha reunido con su hermano, donde Lynch asciende literalmente al cielo; el travelling de acercamiento y el plano sostenido sobre el rostro de Alvin, cuando le comunican la enfermedad del hermano; o la secuencia en que, junto a una fogata, Alvin cuenta a la autoestopista embarazada cómo perdió su hija a sus hijos... Extraordinarias, inolvidables, son las actuaciones de Richard Farnsworth y Sissy Spacek. Y verdaderas. De esto es lo que nos habla la película: del discurrir de la vida, del tiempo añorado, todo con una sencillez y, al mismo tiempo, hondura, memorables. Y con tal intensidad, con tal sinceridad, que cuando finaliza te deja clavado en la butaca y con el pecho oprimido.

No se la pierdan.