Wednesday, July 05, 2006

LA MATANZA DE TEXAS (Tobe Hooper, 1974).

Leatherface colgando a una joven excursionista del gancho de un matadero sigue siendo la imagen más virulenta de la contracultura cinematográfica de los años 70 (más que el famoso cagarro que Divine comiera en "Pink Flamingos"). El influjo de "La matanza de Texas" (cuyos preludios irían desde los subproductos de Herschell Gordon Lewis a "La noche de los muertos vivientes", pasando por "La última casa a la izquierda") infestaría las pantallas de los cines y las estanterías de los vídeoclubs, rápidamente invadidos por desnortados psychokillers capaces de asesinatos cada vez más funambulescos. La insania se hizo circo y se impuso la moda del gore. Un gran número de esos subproductos compartió un curioso estilema: aquel que llevó a las ficciones, con frecuencia, a desarrollarse en un marco natural. ¿Se debía a la marginalidad económica de gran parte de ese cine, incapaz de poder permitirse decorados o localizaciones, o a la convicción de que el hombre, al ser arrojado a la naturaleza, recupera su primitivismo?.

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