Monday, July 03, 2006

Visita al MACBA (II)

3. Recuperación de la sacralidad:


Las vanguardias florecieron del pasto desacralizador previo, de un siglo (el XIX), en el que se quiso matar a Dios según múltiples formas. Lo intentó la ciencia a través de Darwin, la filosofía a través de Nietzsche. También el arte: la revolución impresionista captó el instante, la impresión subjetiva, lo cotidiano a través de la luz. Ya con anterioridad los pintores habían dejado de ilustrar lechosas vírgenes, rubicundos ángeles, infinidad de situaciones del Libro. La verdad ya no estaba en la Biblia, si es que alguna vez estuvo allí. El abandono de la imaginería religiosa no supuso el abandono de Dios: ¿no puede ser Dios, además de la catedral de Rouen, un nenúfar o una puta?. La admirable técnica de los clásicos estaba al servicio de unos símbolos que los modernos desecharon, sustituyéndolos por otros. Pero éstos siguieron creyendo, porque yo lo creo así. Han creado un nuevo vínculo con lo sagrado, devolviéndole al arte su misterio primigenio. Arte = crear. El arte se vuelve esquivo e inaprensible a la Razón, como el ser mismo. Como el mismo Dios. ¿Qué hay más allá?. ¿Mis ojos ven realmente?. ¿Qué ven?. ¿Qué puedo llegar a entender?. ¿Dónde está el límite?. ¿Hay límites?. ¿Existe algo y por qué?. ¿Cuál es el sentido de todo?. ¿Qué sentido tengo yo?. Son preguntas de la pintura. En el siglo de la física, el arte ha llevado más lejos que nunca su asombro metafísico. Y seguimos sin saber: la falta de respuestas a las preguntas citadas nos irrita, nos turba, nos crea ansiedad, provoca vértigo y miedo. Ciertamente, hemos entrado en el túnel del terror.

4. Whitman:


Performances con aires de ritual, estímulos y seres nunca iguales y en continuo desvelamiento. La imagen como inquietud. Ecos de Jean Cocteau y Walter Benjamin pululando en mi cabeza. Imágenes. Imágenes. Fijas y en movimiento. Las primeras causan desprecio, no así las segundas aún siendo tan caprichosas y equívocas como las primeras. Somos hijos del audiovisual. Necesitamos el movimiento, quizá porque la falta de movimiento sea la muerte. En Spyglass, el espectador es una imagen más. Efímera, como todas las imágenes.

La exposición de la obra de Robert Whitman organizada por el MACBA destaca por su parquedad. Apenas la componen unas pocas obras: Dante Drawings (1974-1976), Spyglass-Film Images (1960-1976), Solid Red Line (1967), Shower (1964), Window (1963), así como fotografías y anotaciones de algunas de sus principales performances. En ellas es posible rastrear la evolución de su arte: de las fantásticas apariciones, en los años 60, de un hombre levitando, de coches que surcan el espacio y de insectos gigantes alrededor de un picnic, al acento puesto en la geometría de los años 70, quizá como consecuencia de su interés por la tecnología. La proyección de un documental alumbra los métodos del artista en la elaboración de sus primeras performances.

Como es común en museos de idéntico espíritu al del MACBA, cobran protagonismo los enormes espacios existentes entre las obras expuestas. Silencio, minimalismo expresivo y vacío: sentimientos parejos al de muchas de las obras expuestas. Imposible quedar tranquilos tras efectuar un viaje así porque, por mucho que nos esforcemos, ignoramos la salida del túnel.

Esforzarse, pensar. Dos verbos, asimismo, ingratos.

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